¿Os acordáis de cuando ganábamos
un partido y luego otro y luego otr…? Bueno no, que solo ganamos dos seguidos,
pero fue bonito encadenar victorias, aunque la cadena fuera muy muy corta.
Desde entonces, contamos los partidos por derrotas en una racha más acorde con
nuestro espíritu. Uno no lleva años cultivando la mítica del perdedor para
luego ir ganando por ahí a troche y moche sin ton ni son. Pero, como, además,
si uno no se consuela es porque no quiere, y si no que se lo pregunten al tipo ese que se inventó eso de que “se aprende
más de las derrotas que de las victorias”, intentemos destilar algo de
sabiduría de nuestras tres últimas. De este modo, voy a continuar con las
acertadas reflexiones de la última crónica respecto a nuestro habitual mal
juego en el tercer cuarto de los partidos, lo que, como bien escribía Pablo en
la citada crónica, combina con nuestra magnifica disposición y alto desempeño
en los terceros tiempos ya fuera de la cancha. Pero, si llevamos a cabo un
análisis técnico riguroso, descubriremos que no somos tan limitados y predecibles
como pudiera parecer y que podemos mostrar gran versatilidad a la hora de tener
malos cuartos. Es decir, que somos capaces de hacer primeros cuartos
desastrosos, de esos que hacen que ya de igual como juegues en el resto del
partido porque la cosa no tiene arreglo; segundos cuartos penosos en los que
solo quieres que llegue cuanto antes el descanso a ver si de repente logramos
una iluminación para la segunda parte; están los clásicos y habituales terceros
cuartos combinación de pájara física y desconexión mental y, por último, los
cuartos cuartos que hunden un partido que no iba tan mal hasta entonces. Y este
fue el caso de nuestro último partido, que jugamos contra los primeros de
nuestro grupo, que llegaban invictos al encuentro e invictos se fueron. La cosa
es que empezamos a jugar bien, con buena defensa y con un ataque razonable, lo
que nos permitió incluso ir por delante en el marcador. No mucho, pero por
delante. En el segundo cuarto continuamos sobre todo defendiendo bien y no
permitiendo que se fueran de mucho. Y, así, con un marcador más o menos
ajustado y con posibilidades de remontar (si los evaristos fueran de los que
remontan, aunque alguna vez ha pasado, me admitiréis que no suele ser muy
habitual) llegamos al último cuarto en el que hicimos todo lo posible para
perder. El parcial 5 a 18, tampoco es lo peor que hemos hecho nunca, pero no
ayuda a ganar un partido. Más significativas me parecen las alrededor de
doscientas pérdidas de balón que tuvimos, con sus consecuentes contrataques culminados
con éxito del contrario, y nuestros propios ataques alocados combinación de dos
tipos básicos y contrapuestos: “quita que voy”, también llamado “Sabino, a mí
el pelotón, que los arrollo”, o “corre que pillo” en el que los evaristos
corren por el campo contrario, pasándose o no el balón, pero, sobre todo, sin
mirar al aro ni de refilón.
En resumen, que un partido que
podíamos perdido con decoro por poquito si hubiéramos seguido jugado como al
principio, lo perdimos por un menos digno 46 – 29. Eso sí, no lo pasamos mal
jugando y los contrarios eran muy majos. Y, menos mal, porque, como el árbitro
no pitaba nada, ambos equipos no pusimos finos a darnos golpes. Pero de buen
rollo.
Besos a todos